He recibido por correo esta carta y no me resisto a publicarla en este medio. Si estaba equivocado en mi descripción, espero que sabrá disculparme.
Estimado señor:
He leído atentamente la descripción que hace de mí en su meritado blog. Debo decir que su lectura me ha provocado cierta perplejidad, dado que se ha permitido usted describirme como una persona oscura, con una marcada tendencia a usurpar méritos que corresponden a otros y con una desmesurada ambición. Ésta como causa o como efecto de aquélla o viceversa.
No sé de donde ha sacado usted esos supuestos datos para hacer tales afirmaciones, pero me atrevo a decirle, por lo disparatado de su exposición, que poco tienen que ver con mi persona, con mis circunstancias y con mis intereses.
Comprendo que cuando escribes, y de alguna forma lo publicas, te expones a la crítica, a que te restrieguen los acentos o las comas por las orejas, pero creo que hacer valoraciones personales con tan pocos elementos de juicio es, por lo menos, aventurado.
Verá usted, no es cierto que me guste ser centro de atención, ni creo que lo haya sido. Jamás he pretendido acaparar, ni usurpar nada de nadie. Si en algún supuesto he sido cocinero, pinche, mâitre y camarero, me he ganado a pulso cada uno de los puestos y nunca he inventado o fantaseado para estar ocupando un lugar destacado. El trabajo lo tiene que hacer alguien y yo he estado ahí para hacerlo. No creo que eso pueda ser criticable.
Puedo decir, con gran satisfacción personal por otra parte, que jamás he escamoteado mi responsabilidad. Por ello, siempre que ha sido necesario, he estado ahí, en el lugar adecuado, ese lugar que usted llama «primera línea». Pero, le advierto, nunca he buscado el reconocimiento, ni premios, ni palmaditas de los jefes y jamás me han interesado los palotes. Mi interés siempre se ha centrado en cumplir de la mejor manera posible con mi trabajo. Espero haberlo conseguido.
¿Acaso duda usted de que esa tergiversación de los hechos y de los motivos se debe única y exclusivamente a la envidia?. Pues yo no, mire usted. En esta profesión, como en tantas otras, es fácil y resulta barato colgar una etiqueta. Desprenderse de la injusticia, en cambio, es mucho más complejo y te puede hacer sudar sangre, y, aún así, muchas veces no lo consigues. Así es, la envidia es el motor. La envidia marca la pauta y es la razón última, y a la vez primigenia, de tanta injusticia y desazón.
Se equivoca, señor mio, efectivamente no soy insustituible y menos aún infalible, pero debe tener en cuenta que todos y cada uno de nosotros somos como el engranaje de una máquina. Todos somos necesarios y nadie es imprescindible, pero, por la misma razón, no todos somos iguales, aún cuando el uniforme haga pensar otra cosa.
No le quiero cansar en este primer encuentro, señor mio. Tiempo habrá de explicarlo todo con pelos y señales, tiempo habrá para darle a conocer la realidad de quien le dirige estas líneas y espero que no haga oídos sordos a mi forma de ver las cosas. Si me lo permite, en sucesivas ocasiones, le iré facilitando nuevos datos, que seguro le harán cambiar de parecer.
Mientras tanto, reciba un cordial saludo.
Fdo. Diógenes Lamata.