Con esa idea demencial en la cabeza, Perrin decide un buen día dar el gran paso: Simplemente desaparecer sin dejar el menor rastro. En un gesto simbólico de una desnudez poética inesperada tratándose de un oscuro hombre de empresa, Perrin acude a una playa solitaria y, una vez allí, tras abandonar sus ropas junto a la orilla, emprende un viaje, que le llevará muy lejos, tanto geográfica como filosóficamente, de su vida anterior.
Jenaro Jiménez decidió también un buen día dar el gran paso: Desaparecer sin dejar el menor rastro. Planificó meticulosamente su huida. Se hizo de documentación falsa, acumuló una cantidad suficiente de dinero, compró billetes de avión, adquirió una bicicleta, que ocultó en el maletero del coche, y se puso en marcha.
El domingo por la mañana salió de casa rumbo a la playas de Tarifa. Le había dicho a su mujer, Anabel, que daría a luz en un par de semanas, que ese día lo pasaría pescando y que no volvería para el almuerzo. Nada fuera de lo normal. Este tipo de incursiones las realizaba de forma habitual. Desde Cádiz condujo mas de cien kilómetros hasta llegar a su destino. Aparcó el vehículo en Atlanterra y se dispuso a poner en práctica el plan que tanto tiempo le había llevado urdir. Sacó la bicicleta y una bolsa que contenía 80.000 euros y algo de ropa. Dejó el coche abierto, subió en su bici y se alejó pedaleando. De esta manera y arrastrando sus buenos 90 kilos de peso llegó a Gibraltar, donde tomó un avión con destino a Londres. En el aeropuerto de Heathrow se embarcó en un nuevo avión rumbo a Sao Paulo y de allí nuevamente se dirigió hacia Asunción, la capital de Paraguay. Continuar leyendo