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PARA ESO SI QUE VALEN

La lluvia no nos ha abandonado en todo el invierno, eso es cierto, pero hoy es cuando parecía que el cielo se desplomaba sobre la tierra. En dos horas fue tal la tromba de agua caída que, ni tan siguiera las más juiciosas predicciones habrían sido capaces de calibrar lo que hoy nos esperaba.

Zonas arrasadas, caminos intransitables, carreteras comarcales con más de dos palmos de agua, calles convertidas en auténticas riadas, locales, garajes y viviendas inundadas.

Han sido dos horas de auténtico frenesí. Las patrullas no han dado abasto. Se han tenido que multiplicar para poder atender la consecuente lluvia de demandas de sala.

Cortar calles, desviar el tráfico, trasladar vallas de cerramiento hasta agotarlas, evacuar a vecinos atrapados en sus viviendas, rescatar a niños, ancianos e impedidos y buscarles alojamientos alternativos, tratar de aliviar daños, evacuar vehículos bloqueados. Y todo ello bajo una intensísima lluvia que, aún disponiendo del mejor equipo posible, te habría calado hasta los huesos.

Solo ha faltado que todo eso hubiera quedado inmortalizado en una imagen en la que se apreciara al bueno de Pepe, con el agua casi hasta la cintura, rescatando y llevando en brazos a un pequeño. Pero los compañeros no tenían tiempo de dejar constancia gráfica de lo que estaban viviendo.

La señora apareció cuando la tempestad se iba calmando. La indignación la llevaba pintada en la cara. Su queja era la de siempre: “cuando necesitas a la policía local no hay ninguno disponible; seguramente estarían todos resguardados en algún bar evitando mojarse con la lluvia, ahora eso si, para poner multas, para eso si que valen”.


TORMENTAS DE INVIERNO

Ya desde primeras horas de la mañana se intuía lo que se nos podría venir encima. Parecía que la nueva tormenta se acercaba por el oeste, pero cada fogonazo desde ese lugar era respondido por otro igual desde la posición geográfica opuesta, como si desde ambos puntos se hubiera desatado un desafío de luz y de truenos

En pocos minutos el cielo caía sobre la tierra. Una autentica manta de agua fue cerrándolo todo. La visibilidad se redujo significativamente y las calles se convirtieron rápidamente en caudalosos ríos buscando las zonas más bajas de la ciudad. Podría haber durado minutos, como en otras muchas ocasiones, pero una hora y media más tarde el agua seguía fluyendo con la misma insistencia y ahora, además, lo hacía acompañado de un auténtico vendaval rugiendo y zarandeando cualquier elemento que sobresaliera del suelo. En apenas dos semanas se repetía, por enésima vez, el diluvio.

Poco tardaría en dispararse todas las alarmas. Así fue, las llamadas se sucedieron a lo largo de toda la mañana: inundaciones en garajes, en zonas de viviendas, en depresiones de las vías, caídas de ramas de árboles, desprendimientos de cornisas, carteles tumbados por la fuerza del viento y del agua, calles cortadas por desprendimientos de los terrenos aledaños o por embalsamiento. Los sumideros no eran lo suficiente tragones como para evacuar tanta agua.

A pesar de contar con un dispositivo especial con refuerzo de varias patrullas, en pocos minutos, todos se encontraban desbordados y con dificultad se atendía las nuevas demandas que se iban produciendo. Hubo que establecer un orden de preferencia en función de la gravedad de lo que sucedía. Cerrar con vallas una vía que queda cubierta por más de un metro de agua; acotar las zonas próximas a los desprendimientos; regular el tráfico allí donde se hace necesario, localizar a los distintos servicios para despejar las zonas anegadas; colaborar con los bomberos, etc. Así que, por ser los primeros en llegar a cada requerimiento, eran los propios policías los que tenían que dar la cara y y debían aguantar el chaparrón ante las demandas y exigencias de los desesperados vecinos, que veían como sus bienes y haciendas corrían autentico peligro y que los servicios de emergencias, es decir, los encargados de buscar una solución a su problema, se demoraban en demasía. Poco puede hacer un agente de policía para solventar una inundación o un desprendimiento de barro sobre una vía de acceso a una barriada que queda aislada, o para poner los medios para evitar nuevos desprendimientos de cornisas o el desplazamiento y caída de mobiliario urbano, salvo tratar de evitar que se produzcan víctimas, evacuando la zona si fuera necesario.

A media mañana sonó un tremendo estruendo, como si algún artefacto hubiera estallado. Un rayo había impactado contra una vivienda. Entró por la antena de televisión y por la chimenea y se abrió paso reventando paredes interiores y exteriores del ático. Los moradores salieron milagrosamente indemnes, pero el estado de histeria y de miedo que el trueno les provocó difícilmente podrán olvidarlo en mucho tiempo.

Y finalmente llegó la calma. Ahora solo quedaba acabar el trabajo. Se tardaría algún tiempo en recobrar la normalidad.


Perpetuum Jazzile – Africa


Cinco céntimos de agua

Nunca antes había entrado en ese bar de carretera. Llevaba varias horas al volante y necesitaba tomar un café que le despejara y le calentara. Como de costumbre pidió café americano. Lo degustó, lo saboreó, lo disfrutó sorbo a sorbo. Ahora tenía nuevo ánimo para continuar su camino. Pidió la cuenta, pagó y se dirigió a la salida para retomar su rutina cotidiana. Al llegar a la puerta sintió un poco de sequedad en la boca por lo que se volvió hacía el mostrador con la intención de pedir un vaso de agua.

– Como no, caballero, aquí tiene su vaso de agua.

– Gracias.

Lo bebió de un tirón mientras el camarero, sin apartarse, lo miraba con detenimiento.

– Bien, muchas gracias.

– No hay de qué, caballero, son cinco céntimos.

– Perdón, ¿cómo dice?

– Que son cinco céntimos.

– ¿Cómo que son cinco céntimos?, ¿me va a cobrar el vaso de agua?

– Si señor, son cinco céntimos

– Pero……bueno.

– Caballero, usted no paga solo el agua, paga también el servicio. Además, son normas de la casa

– Bueno, vale, vale. No lo entiendo pero vale. Tome cóbrese.

– Gracias caballero.

– No, perdón, gracias no, por favor hágame una factura.

– ¿Factura, señor, por cinco céntimos?.

– Si claro, son normas de mi empresa. Hágame la factura por favor.

– Bien, caballero, como quiera.

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