La lluvia no nos ha abandonado en todo el invierno, eso es cierto, pero hoy es cuando parecía que el cielo se desplomaba sobre la tierra. En dos horas fue tal la tromba de agua caída que, ni tan siguiera las más juiciosas predicciones habrían sido capaces de calibrar lo que hoy nos esperaba.
Zonas arrasadas, caminos intransitables, carreteras comarcales con más de dos palmos de agua, calles convertidas en auténticas riadas, locales, garajes y viviendas inundadas.
Han sido dos horas de auténtico frenesí. Las patrullas no han dado abasto. Se han tenido que multiplicar para poder atender la consecuente lluvia de demandas de sala.
Cortar calles, desviar el tráfico, trasladar vallas de cerramiento hasta agotarlas, evacuar a vecinos atrapados en sus viviendas, rescatar a niños, ancianos e impedidos y buscarles alojamientos alternativos, tratar de aliviar daños, evacuar vehículos bloqueados. Y todo ello bajo una intensísima lluvia que, aún disponiendo del mejor equipo posible, te habría calado hasta los huesos.
Solo ha faltado que todo eso hubiera quedado inmortalizado en una imagen en la que se apreciara al bueno de Pepe, con el agua casi hasta la cintura, rescatando y llevando en brazos a un pequeño. Pero los compañeros no tenían tiempo de dejar constancia gráfica de lo que estaban viviendo.
La señora apareció cuando la tempestad se iba calmando. La indignación la llevaba pintada en la cara. Su queja era la de siempre: “cuando necesitas a la policía local no hay ninguno disponible; seguramente estarían todos resguardados en algún bar evitando mojarse con la lluvia, ahora eso si, para poner multas, para eso si que valen”.