Estoy a punto de alcanzar la velocidad máxima permitida en esta carretera. Debo estar atento. No puedo perder la concentración, sería fatal. A velocidades superiores a los cien esta motocicleta vibra excesivamente, algo debe estar mal diseñado, supongo. Pero ahora no, he pasado de los ciento quince y no noto esa sensación de vértigo que me produce cada pequeña sacudida. He llegado a los ciento veinte, nada ha cambiado, la moto parece responder como nunca lo había hecho. Quizás sea la superficie de la calzada. Algo diferente hay, no me cabe la menor duda.
He decidido tocar los límites. Seguramente no tendré otra oportunidad igual. Es difícil que se repitan las actuales circunstancias. Ciento treinta. Parece que sigue respondiendo de maravilla. Ciento cincuenta. La sensación es maravillosa. El viento te golpea con fuerza en el rostro y tienes que fijar la mirada a un punto mucho más alejado. Ciento ochenta. Nadie me creerá cuando lo cuente.
Me he propuesto llegar a los doscientos. Nada,… todo es suavidad. Es una auténtica delicia. Doscientos veinte, doscientos cincuenta, trescientos. Parece que no tiene límites. He rebasado los trescientos con total normalidad. Ya no soy capaz de fijar la mirada. Antes de darme cuenta estoy allí. Jamás pensé que sería posible volar de esta manera.
Al salir de una curva a la izquierda pude notar un ligero crugido, pero nada más. Todo fue diferente a partir de ahí. Desde ese lugar habré recorrido diez kilómetros, tal vez veinte.
Tengo que volver, algo no marcha como debía. ¿Es posible alcanzar esta velocidad con una máquina como esta?
Decido retroceder. Debo encontrar ese segundo perdido. Saber qué ha cambiado y por qué. Casi diez kilómetros. Reduzco suavemente. Ahora puedo distinguir algo sobre la calzada. Una furgoneta permanece detenida en el centro, cerrando el paso, con un gran impacto en el costado izquierdo. Nada se mueve. Detengo la marcha y me apeo. A unos veinte metros distingo un bulto sobre el asfalto. Me acerco lentamente, mientras trato de comprobar desde la distancia si en el interior del vehículo hay alguien. Estoy a sólo dos pasos del bulto. Permanece inalterable, mi presencia no parece afectarle. El bulto se despeja, es una persona, inmóvil. Tiene aún el casco puesto. Me arrodillo junto a su quietud. Debo comprobar si aún respira.
Todo me resulta familiar. Una vida ya vivida, una existencia reconocida. El cristal se mantiene impoluto, no hay vaho de vida. Le conozco,… me reconozco. ¡Que estúpido he sido!